martes, 18 de febrero de 2014

Platero y yo. Capítulo XIX: "Paisaje grana".

     La cumbre. Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen sangre por doquiera. A su esplendor, el pinar verde se agria, vagamente enrojecido; y las hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman el instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa.
     Yo me quedo extasiado en el crepúsculo. Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se va, manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme garganta como un pasar profuso de umbrías aguas de sangre.
     El paraje es conocido, pero el momento lo trastorna y lo hace extraño, ruinoso y monumental. Se dijera, a cada instante, que vamos a descubrir un palacio abandonado... La tarde se prolonga más allá de sí misma, y la hora, contagiada de eternidad, es infinita, pacífica, insondable...
     - Anda, Platero...
  1. ¿Qué hora del día crees que es? Razona tu respuesta.
  2. ¿Qué quiere decir: "herido por sus propios cristales"
  3. ¿Qué es el ocaso? ¿Por qué dice el autor que los cristales le hacen sangre? 
  4. ¿De qué color son las aguas del charco? ¿Por qué? 
  5. ¿Qué significa: "hunde su boca en los espejos"? ¿Es alguna figura retórica? 
  6. ¿A qué se refiere el autor cuando dice: "que parece que se hacen líquidos al tocarlos él"? ¿Por qué crees que lo dice?

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